Alternativas a la diáspora contemporánea

Soluciones para el sector terciario en tiempos de pandemia

, de Paula Adriana Martínez Bernal

 Alternativas a la diáspora contemporánea
Turistas en la playa de Guadalmar, Málaga Turistas en la playa de Guadalmar, Málaga. Foto: Federación Española de Turismo

Durante tres décadas un viajero de origen árabe recorrió el globo conocido en el siglo XIV. Partió de su casa natal en Tánger y surcó el Mediterráneo con el ánimo de cumplir con uno de los cinco preceptos del Islam: el peregrinaje a la Meca. Desde 1325 hasta 1354, Ibn Battuta se hizo con el mundo heterogéneo de la Baja Edad Media. Sus peripecias por Oriente quedaron grabadas en su cuaderno de viaje Rihla. Ibn Battuta anduvo por un mundo hasta entonces recóndito. Siglos después, hasta la isla más alejada de tierra firme, Tristán de Acuña, se encuentra poblada y es visitada por decenas de turistas anualmente. Ahora bien, ¿cuáles son las consecuencias de este neoturismo masificado?

Escribo este artículo desde un pueblo mallorquín al noreste de Palma llamado Can Picafort. Es una población costera que vive, como el resto de la isla, del sector terciario. Es sábado y hemos recorrido la isla de punta a punta en tan solo una hora. En el trayecto hemos sido testigos de la fragilidad de la terciarización de la economía. Lo que debían ser calles abarrotadas y políglotas en otros veranos son ahora, a causa del COVID, una suerte de escenario cinematográfico del oeste. Se calcula que la producción de Baleares caerá un 10,1% durante el desarrollo del 2020 y que alrededor del 30,7% de los trabajadores baleares se encuentran acogidos a un ERTE. Estos datos alarmantes se repiten en todos los destinos turísticos por excelencia del sur europeo. En tiempos de alianza y de recuperación, Bruselas lanzó un plan de reactivación e impulso del turismo europeo, asegurando corredores entre países seguros y garantizando la salubridad de los espacios comunes.

Ahora bien, quedarnos mínimamente perplejos ante el colapso del sistema turístico es sin duda fruto del inmovilismo al no haber tenido voluntad para afrontar la realidad económica y social del sur. Las calles de cientos de barrios europeos han sido arrasadas y vaciadas por la hegemonía de las multinacionales. El comercio local y familiar está abocado a la extinción. A su vez, el monopolio ejercido por la grandes superficies es especialmente visible y palpable en los centros históricos de las ciudades. Urbes diseñadas para el agrado del turista que claman por su desaparición. Además, no necesariamente este crecimiento económico repercute en la vida de los habitantes. Estas multinacionales son, en su mayoría, expertas en la evasión de impuestos y tendentes a la precarización laboral. En este contexto de masificación de las formas de vida y de movimiento nos encontramos con una amenaza inminente presente y futura: el cambio climático. Debido a la transversalidad del sector, resulta una tarea ardua y extremadamente compleja calcular la responsabilidad del turismo en el calentamiento global, pero se estima, mediante datos directos, que al menos un 5% de las emisiones de CO2 son debidas al desarrollo insostenible de este área económica. El punto de no retorno llegará en menos de una década; no podemos revertir sus efectos pero sí invertir en innovación verde capaz de contrarrestar los daños irreparables en la fauna y flora silvestre.

Decrecer se convierte en una prioridad y reconvertir el turismo en una urgencia. En el mundo precoronavírico que dejamos atrás, despegaban diariamente alrededor de 100.000 vuelos. Energía agotable, pero preconcebida como un recurso ilimitado. Llegados a este punto cabe preguntarse, ¿cuándo se llevará a cabo una transformación real del sistema productivo basado en el turismo? Pues bien, no basta con la declaración de emergencia climática, debemos alcanzar objetivos más ambiciosos. Es justamente aquí cuando se abre paso la política internacional. La Unión Europea se ha mostrado concisa, aunque quizás falta de capacidad eficaz de acción. La Agenda 2030 y el Pacto Verde Europeo marcan el devenir de los próximos años y conforman la única esperanza con el fin de alcanzar la tan necesaria justicia climática.

Sin embargo, ésta será inexistente sin justicia social. Las dinámicas norte-sur se acentuarán aún más y ciudades como la mía, Málaga, en el sur de la Península Ibérica, serán próximamente, si no lo son ya, reas de temperaturas extremas, escasez de recursos y precarización laboral y social. El Mediterráneo clama y espera soluciones, inversiones en energías renovables, educación verde y limitación del consumo de plástico. A fin de cuentas no pretendemos sobrevivir sino convivir con los efectos del cambio climático, paliándolos y reinvirtiendo.

El turismo masificado está manchado de greenwashing y solo podemos optar a su transición a través de políticas ecologistas eficientes. Son numerosas las alternativas posibles, pero todas pasan por el decrecimiento y el consumo de kilómetro 0. Europa tiene en sus manos el liderazgo de la transición ecológica, nosotros como turistas tenemos al alcance la posibilidad y obligación de reflexionar sobre las consecuencias de nuestro movimiento, y sobre todo de empezar a plasmar en la realidad los dos preceptos de la responsabilidad contemporánea: la justicia social y climática.

Somos parte de un monocultivo turístico, que modifica y destruye las formas de vida de los locales y las moldea en función de una élite. No queremos ciudades como parques temáticos, ni decretazos que propicien la construcción de grandes complejos urbanísticos como en Maro (Nerja, Málaga), Cabo de Gata (Almería, Andalucía) o La Tejita (Tenerife, Canarias). La turistificación no es la solución. Planteémonos alternativas a la diáspora contemporánea.

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