Brexit, el referéndum que quería

, de Michele Ballerin, Traducido por Simone Corvatta

Brexit, el referéndum que quería

Totalmente harto de la secuela sin fin del caso Brexit descubro no estar particularmente indispuesto hacia mis vecinos del otro lado del canal de la Mancha. Por ejemplo, no me sumo al sarcasmo general hacia sus instituciones políticas, una vez muy respetables. El estanque en que desde hace tres años está vertiendo el parlamento británico no demuestra para nada que ha perdido su seriedad. Justo porque es una institución seria que hoy se encuentra en una situación molesta en gestionar un voto evidentemente (¿así se puede decir?) estúpido como lo del referéndum de 2016. Los diputados de Westminster tienen que solucionar una travesura que amenaza al Reino Unido de costarle un precio muy alto. El Brexit hay que evitarlo: todo lo demás pasa en un segundo plano. Rescatar al país es más importante que guardar las apariencias.

A molestarme más es el hecho que la misma actitud la comparten todos los demás países europeos, aunque no de esas formas tan evidentes. Cada país miembro de la Unión mantiene, al fin y al cabo, la misma actitud ambigua hacia la integración europea: adhiere al proyecto – desde varios años o décadas, y por libre elección – pero es como si no quisiera admitirlo, y sobre todo no quiere sacar las consecuencias lógicas. Cultiva la absurda pretensión de proceder con la integración sin compartir soberanía. Sin embargo, integrarse significa precisamente compartir soberanía, y hoy la Unión se encuentra integrada en la misma medida exacta en que sus miembros han aceptado de hacerlo, ni más ni menos.

El problema es que no es suficiente. No era necesaria la vergüenza del pasado 17 de octubre, cuando el Consejo europeo se demostró incapaz de encontrar hasta una línea común sobre las sanciones al gobierno turco: ya lo teníamos lo suficientemente claro cuando Mario Albertini lo predecía en 1985, un puñado de gobiernos no puede pretender de gobernar Europa. Hace falta que instituciones europeas de verdad – instituciones supranacionales – tengan competencias en materia de fiscalía, política exterior y defensa. Sino nos queda sólo la farsa: una Europa intergubernamental, es decir, una Europa que hace como si fuera Europa pero en realidad no es nada. Es una Europa que se asoma a la ventana mientras Erdogan masacra a los kurdos, aliados de occidente contra Daesh.

Distraídos por la paja en el ojo de nuestro vecino británico nos estamos olvidando de la viga que está en nuestro ojo. El impasse de Westminster es el impasse de Europa entera: el estanque en que todos estamos metido hasta el cuello. También nosotros europeos del continente fingimos de poder aguantar en esta parálisis durante un tiempo indefinido, aplazando continuamente el momento de la elección – la decisión de hacerla o no, esta bendita Europa: si volver atrás o seguir delante y construir, por fin, una Unión capaz de actuar. Nos agarramos a esta Europa incapaz de hacer políticas comunes, mientras insistimos en definirnos “europeístas”. Pero ¿tenemos el derecho?

Se trata de decidirse si creemos en ellos o no. Ahora mismo y no mañana.

Y de esa forma hago otro descubrimiento sobre mí mismo. Me doy cuenta que no me molestaría – no del todo, y siempre con algún escalofrío – si en cada Estado de la Unión se hiciera un referéndum parecido al británico, pero con dos opciones solamente: rescindir el pacto de integración (esa ever closer unión remarcada inútilmente en tratado tras tratado) o llevar al cabo un proceso constituyente que realice la Federación europea.

Una asunción colectiva de responsabilidad es lo mínimo que se pueda pretender por los gobiernos y por los ciudadanos de la Unión, y Europa no cae del cielo ya era el título, cada día más actual, de un libro que Altiero Spinelli publicó en 1960. Han pasado otros sesentas años. Ya es tiempo de preguntarnos que queremos hacer.

Este artículo se publicó originalmente en ’European Circus’, blog del periódico italiano L’Espresso y se reproduce aquí traducido a la lengua castellana.

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