Problema en el horizonte
Simpatía hacia un movimiento independentista no debería significar una afinidad natural hacia el otro. Como tal, he trabajado duro para asegurarme de que mi propio enfoque del movimiento independentista escocés no revele completamente mi opinión sobre el movimiento catalán.
Seguir ciegamente otra causa independientemente de su ideología, historia y tácticas es una forma peligrosa de nacionalismo irreflexivo que no concuerda con el movimiento cívico abierto y progresista al que yo y muchos otros escoceses independentistas de pensamiento libre nos suscribimos. No solo sería intelectualmente problemático apoyar instantáneamente la causa catalana sin una investigación exhaustiva, sino que sería arrogante e irrespetuoso con la historia y la cultura únicas que rodean a los dos estados aspirantes.
Con esto en mente, acogí las noticias sobre el desautorizado referéndum catalán con cierta cautela y un intento de neutralidad. Sopesé los pros y los contras de la situación, encontrándome preocupado por la perspectiva de lo que se avecina. Si Cataluña declarase unilateralmente su independencia después del plebiscito, pensé, quedaría como una paria, un estado marginado en una Europa contemporánea falta de un liderazgo inspirador o radical y, por lo tanto, reacia a la idea de un nuevo estado polémico uniéndose a su comunidad. Ciertamente no estoy en contra de la creación de una República de Cataluña independiente y pro-europea, concluí: pero no así.
Estos fueron mis pensamientos cuando los catalanes fueron a las urnas el 1 de octubre de 2017. Últimamente, estaba inseguro hacia donde mi simpatía se desmarcaba y concluí que es un problema de que Cataluña y España decidan por ellos mismos. Había un sentido de historia - y un sentido de enfrentamiento en el horizonte.
Condenado para siempre
El estado español, en su desesperación, autorizó una enfermiza represión del voto democrático, y ciertamente no estaba solo en el horror ante las escenas provenientes de las calles de Barcelona. Ancianas con sangre corriendo por sus mejillas. Colegios electorales asediados y saqueados, con sus miembros siendo arrojados apresuradamente fuera del camino. Los votantes fueron agarrados por el pelo y arrojados gritando escaleras abajo. Los bomberos catalanes intentando defender a los votantes de las fuerzas de seguridad españolas. Un oficial de policía catalán, con su lealtad rota, llorando en los brazos de su colega.
Las autoridades españolas podrían haber respondido al referéndum catalán con dignidad y elegancia. Podrían haber permitido que se votara e, insistiendo en unos resultados no autorizados e ilegítimos, entablar un diálogo con el gobierno catalán. Por lo menos, podrían haber negado la validez de los resultados, seguros de que la ley estaría de su parte.
En cambio, en un despliegue de absoluto desprecio por los procedimientos democráticos, enviaron las tropas. Y, en un Trump-esco acto de extravagante delirio, negaron la brutalidad de sus acciones y continuaron con su campaña de oposición. La secuencia dramática de eventos que siguieron continuó con esta tendencia de enfrentamiento infantil, y ahora los catalanes viven en un extraño y peligroso limbo político, con su presidente (o ex presidente y «rebelde», según Madrid) Carles Puigdemont, buscando apoyo y seguridad en Bruselas..
La cautela o neutralidad mostrada por muchos de nosotros ante la idea de una Cataluña independiente debería, en este punto, ser eclipsada por una furia compartida y una sensación de traición por parte del estado español, y del gobierno de Mariano Rajoy, por llevar la violencia antidemocrática al corazón de Europa occidental. Hemos sido testigos de un país viejo y orgulloso abandonando cualquier rostro de dignidad y rebajándose a la fuerza bruta para defender su régimen de rasgos repentinamente medievales. La credibilidad política de España, y la credibilidad de Europa en su conjunto, se han derrumbado.
La situación en Cataluña es simplemente un síntoma más de una Unión Europea llena de confusión e inseguridad, de las cuales deberíamos preocuparnos todos. En boca del antiguo primer ministro escocés Alex Salmond, la UE en su conjunto “estará para siempre condenada, por cruzarse al otro lado de la acera cuando ocurrió algo en Europa occidental que era totalmente inaceptable”
Es nuestra responsabilidad como demócratas europeos condenar, esta vez, la barbarie desconsiderada del Estado español a las órdenes de Mariano Rajoy.
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