En estos días de guerra en el continente europeo, nunca deberíamos olvidar el papel que jugó la guerra en el desarrollo de la integración europea, tanto en teoría como en la práctica.
En 1941, la Segunda Guerra Mundial estaba ocurriendo de la mano de los planes de Hitler, cuando decidió abrir el frente del Este con lo que se denominó “Operación Barbarrosa”, es decir, la invasión de la Unión Soviética. Este movimiento fue decisivo en el desenlace del conflicto, con una Alemania vencida.
Sin embargo, a principios de 1941, cuando todo seguía pareciendo en favor de Hitler, dos hombres confirmados en una isla del mar Tirreno, junto a cientos de otras personas que luchaban en contra del fascismo en Italia, ya habían previsto el final de la guerra y proponían un camino a seguir.
Estos dos hombres eran Altiero Spinelli y Ernesto Rossi, quienes escribieron sus ideas en un panfleto que posteriormente sería conocido como Ventotene Manifesto, por el nombre de la isla en la que se hallaban confinados. El Manifesto fue editado por Eugenio Colorni quien lo divulgó clandestinamente en Italia en colaboración con Ursula Hirschmann y Ada Rossi. Su principal inspiración provino de la kantiana Paz Perpetua y de la teoría federalista de Alexander Hamilton.
Para todo aquel interesado en el federalismo europeo, esto no es nada nuevo: el Manifiesto de Ventotene siempre ha sido contemplado como uno de los textos principales para su desarrollo, pero es imprescindible remarcar su vertiente pacifista: una de las razones por los que se propuso una federación europea ha sido para alcanzar paz en el continente — por lo que no es sorprendente que tal idea se hubiera desarrollado en el transcurso de una guerra mundial.
Kant, en su libro publicado en 1795, titulado “Sobre la paz perpetua”, enunció, entre otros conceptos, que la única manera de conseguir paz es anular todas las posibles causas de guerra, a largo plazo, aboliendo por completo los ejércitos. De acuerdo con el filósofo alemán, sin promulgar este y otros puntos, posible únicamente mediante la creación de una federación de Estados libres, la ausencia de guerra debería ser interpretada únicamente como una tregua y no como paz. [1]
Evidentemente, Spinelli y Rossi no han sido los únicos en proponer una federación de Estados europeos basada en principios kantianos. Entre muchos otros, y únicamente dos años antes, Clarence Streit, una corresponsal del periódico New York Times en la Liga de las Naciones, compartió su perspectiva. Preocupado por la ausencia de reacción por parte de las mayores democracias del mundo en contra del auge del fascismo y del nazismo, propuso en su libro Union Now una federación de quince Estados, yendo más allá de Europa, e incluyendo en esta países como Estados Unidos, Canadá, Australia, Nueva Zelanda y Sudáfrica. [2]
Al final de la Segunda Guerra Mundial, las propuestas de Streit habían sido olvidadas, mientras que Spinelli comenzó su lucha por la federalización europea, lo cual lo llevó a ser eurodiputado independiente del Parlamento Europeo hasta su fallecimiento en 1986.
La llamada Declaración Schuman, la cual estableció la Comunidad Europea de Carbón y Acero (CECA), proporcionando un buen comienzo para la integración política de los Estados europeos, facilitando una clara perspectiva federalista [3], pero por las fechas en las que falleció Spinelli, el impulso federalista estaba casi por completo abatido.
Otra oportunidad perdida fue el proyecto de establecer una Comunidad de Defensa Europea, también conocida como el Tratado de París, en 1952, como respuesta a la propuesta de la OTAN de rearme de Alemania Occidental y su ingreso en la organización. La Comunidad de Defensa Europea había previsto que los seis Estados fundadores habrían compartido una fuerza de defensa común. La propuesta fracasó dado que Francia, el país propulsor de dicha idea, finalmente se opuso a la misma. Alemania Occidental entró en la OTAN en 1955, lo cual conllevó el establecimiento del Pacto de Varsovia como respuesta. Ernesto Rossi abandonó la militancia federalista debido a la decepción ocasionada por el fracaso de la CDE.
Los Estados europeos occidentales, miembros de la CECA y, posteriormente, la Euratom y del Espacio Económico Europeo, desorientados por la tregua que experimentaban dentro de sus fronteras, la confundieron con la paz, y dejaron de lado la integración política, así como la estratégica, enfocándose únicamente en la económica. De esta manera, la muerte de Stalin, en 1953, hizo pensar a muchos que se avecinaba un período de distensión.
La Segunda Guerra Mundial terminó con Europa siendo el campo de batalla entre Estados Unidos y la Unión Soviética, quienes, de facto, se repartieron su territorio. Lo que sucedió a continuación —la Guerra Fría— no fue distinto: los EEUU y la URSS siguieron con sus demostraciones de fuerza.
Mientras tanto, Europa se hallaba dividida en bloques y la integración dentro de los mismos ha sido limitada. La mayor parte de los países de Europa Occidental formaban parte de la OTAN, permitiendo establecer, asimismo, bases militares estadounidenses dentro de sus fronteras. Por su parte, los países de Europa del Este no pudieron hacer otra cosa que no fuera esperar y aprovechar una posible grieta dentro de la URSS.
Esto mismo sucedió a finales de la década de los ochenta: la Unión Soviética colapsó y los países que formaban parte del Pacto de Varsovia fueron liberados. Los Estados occidentales se centraron tanto en este acontecimiento que no pudieron evitar la guerra civil yugoslava, pero sí fueron capaces de formular el Tratado de Maastricht, el cual estableció formalmente la Unión Europea, y cimentó el camino para la consecución de una moneda común, aunque sin un gobierno o política económica comunes.
En 2004, la mayoría de los países del Este que formaron parte del Pacto de Varsovia o de la propia Unión Soviética, se adhirieron a la UE. Algunos incluso adoptaron el euro rápidamente. Prácticamente todos accedieron a la OTAN, mientras la Federación Rusa, esto es, el principal remanente de la URSS, era más débil y, aparentemente, menos beligerante, pero seguía estando cerca de sus fronteras —si no directamente en las mismas—, mientras la OTAN, que no la UE, seguía siendo su principal contrincante.
Sin embargo, los países del antiguo Pacto de Varsovia que accedieron a la UE, experimentaron un crecimiento económico constante, y una mejora sustancial generalizada de la calidad de vida, aun a pesar de la crisis económica de 2008, la cual afectó con más fuerza a los países occidentales, dado que, a falta de una progresiva integración, la UE no poseía medios para resolverla. [4]
De todos modos, probablemente aún perseguidos por el fantasma soviético que mortificó su independencia durante más de 45 años, estos Estados miembros no estuvieron demasiado proclives a ahondar y trabajar en la necesaria integración política de la UE y, finalmente, de toda Europa — porque la historia nos ha demostrado que Europa, en su totalidad, es una comunidad.
La guerra en Siria y la subsecuente crisis humanitaria de 2015 en adelante, incluso la pandemia del COVID-19, no han sido factores lo suficientemente potentes como para incentivar a los Gobiernos europeos a otorgarle el poder ejecutivo al gobierno de la Unión, con políticas únicas en materia económica, de medioambiente, energética, exterior y de defensa.
Debemos retroceder al inicio de esta historia y de este artículo: la guerra. La guerra en Ucrania hizo de Europa, una vez más, tras la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría, el campo de batalla de Estados Unidos y Rusia. Esto se hace evidente cuando el Gobierno ruso menciona con frecuencia las políticas de la OTAN como una excusa para sentirse decepcionado, haciendo referencia a EEUU y su Presidente como principales interlocutores, mientras que la guerra se desarrolla en el continente europeo, en las fronteras directas de la UE, por lo que el interlocutor principal debería ser precisamente la UE.
Pero la UE simplemente no existe a nivel de interlocución, al carecer de una política de defensa y asuntos exteriores (así como energéticos, que han probado ser un punto clave en este conflicto) comunes. Los Presidentes de Gobierno y Jefes de Estado europeos han tratado de alcanzar acuerdos bilaterales con el régimen de Putin pero, como es evidente, han fracasado.
Nuevamente, regresando al inicio, ¿queremos vivir en tregua o en paz? En los últimos 77 años, hemos vivido la mayor parte del tiempo en tregua, pero de manera errónea pensábamos que se trataba de paz. Para evitar cometer los mismos errores, ahora debemos saber qué hacer: construir una federación de Estados europeos libres, capaces de mantener la paz y no la tregua dentro de sus fronteras, lo cual podría erigirse como un ejemplo a largo plazo para el camino a la paz continental y, finalmente, global.
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