Leyendo la sección Internacional del diario El País del pasado sábado, 8 de noviembre, me topé con la cuarta página, dedicada al ducado de Luxemburgo. En ella se encontraban titulares como “Pequeño gran paraíso fiscal” o “El edén de las multinacionales”, y a grandes rasgos explicaba que la riqueza de la patria de Jean-Claude Juncker procede de grandes inversores extranjeros, atraídos por la reducida fiscalidad del ducado. Lo más grave de todo es que el actual presidente de la Comisión Europea parece haber sido artífice de convertir a Luxemburgo en un paraíso fiscal, manteniendo a salvo el secreto bancario durante los años que desempeñó un puesto de responsabilidad en el gobierno de este pequeño estado centroeuropeo. Ahora está al mando de una institución que cuenta entre sus principales objetivos con la desaparición de tales paraísos.
Hace algunas semanas, con motivo de la designación de Miguel Ángel Arias Cañete como comisario de Energía de la Unión Europea, la prensa internacional se hizo eco de la importante campaña de oposición que suscitó tal decisión en todo el continente. También en España. Se ve que poseer acciones en compañías petroleras perjudica no solo al medioambiente, sino también la marca personal. Sobre todo cuando se supone que las energías renovables son la apuesta a largo plazo para el necesario autoabastecimiento de la Unión Europea.
Los casos de Jean Claude Juncker y Miguel Arias Cañete, así como sus perfiles, presentan varias similitudes. Ambos pertenecen al Partido Popular Europeo (PPE) representante en la unión de la familia democristiana, cuentan con una dilatada trayectoria política en sus respectivos países y su reciente nombramiento en un cargo de responsabilidad continental ha ido acompañado de bastante polémica. No se me ocurre mejor apelativo para definirlos que eurodinosaurios; veteranos de la política y/o de la administración pública, que tras varios años de servicio-y no menos dietas, viajes y cumbres de alto standing-son enviados por su partido a Bruselas o Estrasburgo para que puedan vivir una suerte de retiro dorado.
Al igual que aquellos futbolistas que, tras despuntar varios años en las ligas europeas, deciden dar sus últimas patadas en ligas menores o emergentes (eso sí, con unos contratos que nada tienen que envidiar a los anteriores) se cuentan por decenas el caso de políticos que acaban su carrera en las instituciones supranacionales, sobre las que recae una bastante menor presión mediática, pero no menos responsabilidad. La cuestión es ¿beneficia a la UE el reciclaje de estos dinosaurios, o se trata de una lacra para unas instituciones cada vez más cuestionadas?
Lo dudo mucho. Si bien la experiencia y la veteranía suponen un punto a favor, el estar a la vuelta de todo y en especial las aparentes contradicciones entre la vida personal y profesional de estos dirigentes y la vocación de las instituciones que presiden no hacen sino dinamitar el proyecto europeo desde dentro. Su cargo se revela entonces como una contradicción, su función no resulta para nada creíble y la no contemplación de la posibilidad de dimitir (en España, esta acción resulta meramente anecdótica) acaban provocando, sino la desilusión de los ciudadanos, al menos una cierta apatía. Una apatía que fácilmente puede convertirse en descontento, y ya sabemos de sobra quienes se van a aprovechar de él.
En estos tiempos críticos, resulta imprescindible el abrir voces críticas y corrientes de debate dentro de la propia UE. De esta forma, se lograría una mayor implicación ciudadana en la política continental. Aprender a diferenciar las instituciones de sus dirigentes, la función y la responsabilidad de la propia actuación y los hechos concretos. De esta forma reconocer la legitimidad de los respectivos cargos de Cañete y Juncker es perfectamente compatible con la crítica hacia su ideología, proyecto o gestión. Tal y como sucede a escala municipal, autonómica o estatal, ni más ni menos.
A nivel europeo, la ausencia de debate, la aceptación per se los hechos y el consumo de información sin la correspondiente reflexión pueden dar lugar a una situación casi tan peligrosa como el euroescepticismo radical, ya que le sirve de caldo de cultivo. Por eso, para democratizar la UE no basta con votar cada 5 años (si es que lo hacemos) sino hay que ir más allá. Iniciativas ciudadanas, como el New Deal 4 Europe, que pretende mediante la recogida de firmas aprobar un plan de inversión para crear empleo juvenil, supone un buen ejemplo de cómo traer a Europa de vuelta a los ciudadanos. También lo son los comentarios en redes sociales, y la difusión a través de ésta de artículos, videos, audios y demás material recopilado en medios de comunicación sobre los asuntos de índole continental.
El Federalismo europeo, visionado por Altiero Spinelli, legendario militante antifascista italiano, y sostenido por personalidades de distinta índole-también ideológica- como los democristianos Robert Schumann, Conrad Adenauer o Alcide de Gasperi, o el activista ecologista y principal líder de Mayo del 68 Daniel Cohn-Bendit, no merece ni la relativización ni el descrédito al que actualmente está sometido. Si para más iniri, este proviene del propio seno de la Unión, debiera resultarnos imperdonable a los que a pesar de todo, seguimos creyendo en este proyecto.
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