HISTORIA DE UN ‘BREXIT’

, de Javier López paños

HISTORIA DE UN ‘BREXIT'

La Unión Europea está viviendo los años más convulsos de su existencia. Lejos está hoy la euforia y el optimismo con el que los ciudadanos europeos y las instituciones de la Unión aplaudían su constante crecimiento, no solo en términos económicos, sino también demográficos al haber incorporado nada menos que doce nuevos estados entre los años 2004 y 2008. No obstante, desde el inicio de la crisis económica, la confianza en las instituciones europeas se ha quebrado progresivamente. La ineficacia a la hora de dar respuesta a los problemas económicos, a los conflictos armados en los territorios colindantes – véase Ucrania o Siria –, así como la crisis migratoria han puesto de manifiesto la inoperancia de un sistema –La Unión Europea – que todavía está tratando de establecer un funcionamiento interno eficiente que garantice la democracia al tiempo que defienda sus propios intereses y los de los estados miembros y de definir su rol en la escena internacional.

Además, por si no fuera suficiente, también dentro de sus fronteras se han venido desarrollando movimientos que claman por romper con una Europa unida y volver al sistema tradicional de estados-nación a fin de mantener una soberanía total sobre sus políticas, obviando, no obstante, que debido a la compleja interdependencia actual de los estados y de las políticas económicas, es algo casi imposible. En este último grupo podríamos clasificar a Reino Unido, cuyo desafío es patente, ya que va a realizar un referéndum sobre su permanencia o no en la Unión el 23 de junio de este año. Mucho se ha especulado sobre las consecuencias de un posible ‘Brexit’, principalmente a nivel económico. Sin embargo, siento que no se ha intentado contextualizar históricamente la situación a fin de entender los acontecimientos actuales. No debería sorprendernos el referéndum. Al fin y al cabo, en 1975, tan solo dos años después de la adhesión británica a la Comunidad Europea, ya se realizó una primera votación sobre la permanencia o no en la misma. Por lo tanto, este artículo pretende contextualizar históricamente la relación entre la Unión Europea actual y Reino Unido. El punto de partida podría situarse en el final de la Segunda Guerra Mundial. Efectivamente, dos fueron los países que salieron convertidos en “superpotencias”: Estados Unidos y la Unión Soviética. En cambio, los dos principales países europeos, Francia e Inglaterra, aunque también vencedores, estaban condenados a perder su hegemonía mundial durante el proceso de descolonización de las décadas posteriores. Así, Francia se encontró sumida en la destrucción interna dentro de sus fronteras, dividida socialmente entre aquellos que combatieron a los alemanes y los colaboracionistas con los nazis, y con un imperio que amenazaba con romperse. Para los británicos, en cambio, la situación fue menos traumática. Si bien es cierto que la guerra también alcanzó a la isla, no fue ocupada, y los vínculos con sus colonias se mantenían estrechos en el marco de la Commonwealth. Cuando en 1951 se firmó el Tratado de París para crear la Comunidad Europea del Carbón y del Acero, Reino Unido no encontró motivo para participar de tal iniciativa. Unos años antes, en 1945, el gobierno laborista de Clement Atlee había nacionalizado sus industrias del carbón y del acero, por lo que no se entendería la opción de entregarlas a una organización supranacional. Asimismo, los intereses comerciales y políticos de Londres tampoco pasaban por el continente europeo, sino por sus estrechos lazos con Estados Unidos y con la mencionada Commonwealth. No obstante, la situación británica se vio truncada con la progresiva pérdida de su imperio, lo que afectó a sus niveles de crecimiento económico en los años finales de la década de los 50. En comparación con sus vecinos del continente, que fueron testigos de un periodo de rápido crecimiento económico, la economía británica crecía a un ritmo inferior, por lo que en 1961 solicitó por primera vez su admisión en la ya renombrada –luego de los Tratados de Roma de 1957– Comunidad Económica Europea. Un año antes, el país había optado por formar parte de otro proyecto de estados europeos para promover el libre comercio entre países europeos, la Acuerdo Europeo de Libre Comercio (EFTA, por sus siglas en inglés). No queda lugar a dudas de que el principal objetivo británico era establecer relaciones económicas siguiendo una política liberal de libre comercio en Europa. Reino Unido carecía de una clara “vocación europea”, tal y como aludió el presidente francés Charles de Gaulle las dos veces que vetó la admisión de las islas en la Comunidad Europea –1961 y 1967–, orientada a una progresiva integración de los países del continente. Lo que el ex primer ministro británico llamó “Estados Unidos de Europa”. Comenzada la década de los 70, y ya sin el presidente de Gaulle para vetar por tercera vez la adhesión británica, se procedió a la primera ampliación de la Comunidad Económica Europea, incorporando junto a Reino Unido a Irlanda y Dinamarca. Desde ese momento las relaciones entre Londres y Bruselas serían de constantes desencuentros. Efectivamente, los políticos británicos deseaban una mayor integración europea, pero tan solo una que se adecuase a sus intereses, en decir, en cuestiones económicas. Nada de proceder hacia una mayor integración política. Así lo manifestaba públicamente la primera ministra Margaret Thatcher cuando pedía “cooperación activa entre estados independientes y soberanos como mejor forma de construir una Comunidad Europea” (http://www.margaretthatcher.org/document/107332) . Ni que decir tiene que los desencuentros entre Gran Bretaña y la Comunidad Europea se extendieron también a otros ámbitos como las políticas europeas, las cuestiones de defensa europea o el presupuesto europeo. Un ejemplo es la Política Agraria Común (PAC), impulsada por Francia para proteger su sector agrario, que suponía – y todavía hoy se mantiene – una gran parte del presupuesto comunitario. Sin embargo, para los británicos la PAC ofrecía pocos beneficios para las islas dado que su sector agrario tenía y tiene menos peso económicamente, por lo que han considerado desde entonces que Reino Unido recibe menos beneficio de lo que entrega a Bruselas. Una prueba más de la falta de compromiso europeo por parte de los políticos británicos, dado el espíritu de la Comunidad Europea y la actual Unión Europea se basa en la cooperación y la solidaridad entre estados para alcanzar un mejor nivel de vida en todos los territorios que la conforman – sirva de ejemplo la Política Regional y de Cohesión. Efectivamente, los ‘euroescépticos’ han criticado constantemente ese desequilibrio entre la contribución del país al presupuesto de la Unión y lo que recibe a cambio. No obstante, conviene mencionar que los países contribuyen al presupuesto de acuerdo a sus niveles de Producto Interior Bruto (PIB). Por lo tanto, si Reino Unido ha ido contribuyendo más o más a financiar a la Unión Europea es en parte por el crecimiento económico que le permite su acceso al mercado común. Pese a todo, ni siquiera es el país que más paga y su contribución ronda las cifras que paga Noruega, que no pertenece a la Unión Europea, para poder beneficiarse del acceso al mercado común europeo.

Fuente: http://ec.europa.eu/budget/figures/interactive/index_en.cfm

Más allá de los ejemplos anteriores, Reino Unido – al igual que otros estados miembros –también se ha manifestado en contra de proceder hacia la creación de un ejército europeo y la cesión de soberanía en cuestiones de defensa al considerar que esa función puede cumplirla la Organización del tratado del Atlántico Norte (OTAN), creada en el seno de la ‘Guerra Fría’ para combatir la amenaza soviética. Pero junto a las desavenencias tradicionales, existen causas coyunturales para explicar la división de los ciudadanos británicos sobre la pertenencia a la Unión Europea o no. La causa principal ha sido, de la misma forma que ha sucedido en otros países europeos, el descontento con las instituciones que gobiernan la Unión, la reducción en el nivel de vida de los ciudadanos europeos y la aparición de partidos populistas como UKIP que han lanzado mensajes de odio y de división, culpando a los inmigrantes de los países europeos del este, menos desarrollados, por quitar el trabajo a los nacionales y colapsar el estado de bienestar. Debido a lo anterior, el partido Conservador del actual primer ministro británico David Cameron se ha visto dividido entre los críticos con Europa y los que se mantienen a favor de la continuidad. La división interna del partido en el gobierno sobre la cuestión europea recuerda a la vivida en 1975. En aquella ocasión venció la opción de permanecer dentro de la Comunidad Europea. Hoy, David Cameron defiende la continuidad escudándose en la resolución del Consejo Europeo de febrero de 2016, por la cual se excluirá al país de cualquier proceso que aspire a una mayor integración política.

La historia de las tensiones británicas con la Unión Europea es, en resumen, una cuestión de intereses contrarios que se ha visto agravada por la coyuntura actual. Para los británicos, su democracia, la más antigua de las democracias occidentales, es motivo de orgullo y no quieren abandonar su soberanía. Contribuye también el hecho que el país no haya sido conquistado por un enemigo en los tiempos modernos, al contrario que sí sucedió en Europa continental: Napoleón, ‘Gran Guerra’ o Segunda Guerra Mundial. Todo lo anterior sirve para explicar el orgullo británico a mantener su soberanía intacta y a perseguir tan solo un objetivo, la promoción del libre comercio europeo, sin que ello implique unidad política de cualquier tipo. La posible marcha de un importante miembro de la Unión Europea sería una desdicha que mermaría la credibilidad de ésta, reforzaría las posturas de los partidos críticos con la Unión Europea en otros estados miembros, así como cuestionaría la credibilidad de la Unión como actor global. No obstante, como europeísta convencido, me surgen dos preguntas: ¿Queremos que un solo país, por influyente que sea, contenga el proceso de integración europea? ¿Queremos una Unión Europea a la carta y desigual?

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