La sostenibilidad, una nueva solución para la Unión Europea

, de Lucía Tuñas Rodríguez

La sostenibilidad, una nueva solución para la Unión Europea

Desde su creación en el año 1993, la Unión Europea y los veintisiete países que la conforman han buscado lograr la creación de una comunidad política caracterizada por la integración y el gobierno común. Sin embargo, tras la crisis del Covid-19 y el reciente estallido de la guerra en Ucrania, unido a algunas otras decisiones tomadas por la UE están causando la aparición de un incipiente euroescepticismo que no hace sino que perjudicar su funcionamiento. ¿Cómo puede solucionar la UE esta pérdida de confianza? Este artículo se centra en la sostenibilidad ya que, con la creciente subida del precio de la energía, parece un buen remedio para mejorar la imagen de la organización. En las últimas décadas la protección del medio ambiente ha sido protagonista en las agendas políticas de la mayoría de estados y organizaciones de la comunidad internacional. Así, puede que la búsqueda de alternativas y directivas más respetuosas con el medio ambiente sean efectivas para que la UE recupere su imagen de salvadora del continente europeo.

¿A cuando se remonta esta pérdida de confianza?

En nuestro idioma, la palabra confianza puede ser entendida de dos maneras diferentes. Por un lado, puede entenderse como la seguridad que se tiene en uno mismo y, por otro, como una esperanza firme que se tiene en alguien o en algo. Sin embargo, la Unión Europea carece de confianza en ambos sentidos. Si bien la idea de cooperación e integración en Europa había sido un deseo expresado y ansiado por los estados desde principios del siglo XX cuando, tras un arduo proceso de creación pasando por varios debates, discursos y dos guerras mundiales, los veintisiete estados firman el Tratado de Maastricht en 1993, la Unión, recién creada, es acogida con las manos abiertas y contemplada como la herramienta última y necesaria que necesitaba el continente europeo para recuperar su prestigio perdido. Pero con el paso de los años, la llegada de nuevas políticas y el cambio económico, la pérdida de confianza en el poder estabilizador de la unión por parte de sus miembros está siendo más que evidente.

Si echamos la vista atrás es necesario mencionar la crisis financiera de 2008 como un punto de inflexión y de comienzo de dicho déficit de confianza. El aumento del tipo de cambio del dólar al recién creado euro en 2002 causó en los miembros de la Unión Europea una sorpresa ante la inesperada prosperidad económica así como un fortalecimiento con respecto a su gran rival norteamericano y pareció que, el continente europeo recuperaba el primer puesto como potencia económica mundial. Sin embargo, el hundimiento de la bolsa de Estados Unidos y la consecuente crisis financiera mundial hicieron que el dólar se reapreciara a causa de la pérdida de inversión y, como consecuencia, del valor, del euro. Este cambio fue considerado perjudicial y resultó amenazante para la confianza que la apenas creada Unión Monetaria Europea había conseguido. La crisis trajo consigo una gran confusión en los mercados europeos así como la caída de los principales sistemas financieros del continente. Además, varios países de la eurozona, incluyendo España, se vieron obligados a pedir rescates a la Unión para intentar paliar las cuantiosas pérdidas, lo que causó entre los euro miembros un creciente sentimiento de falta de legitimidad democrática en las instituciones europeas.

Asimismo, la Unión Europea se enfrenta a un problema estructural causado por la incipiente revolución industrial. La globalización y automatización de las industrias han provocado una disminución de los puestos de trabajo y, como consecuencia, el malestar de la ciudadanía. Este cambio está provocando que las industrias únicamente contemplen a los trabajadores del sector primario como fuerza de mano de obra creando así un desempleo que desgraciadamente parece no mejorar. Por último, hay que mencionar el segundo problema estructural de la Unión Europea que esta vez tiene que ver con el cambio demográfico. El envejecimiento de la población y la caída del número de hijos está provocando un mayor gasto en pensiones, el aumento de la edad de jubilación y la falta de puestos de trabajo lo que, en definitiva, está perjudicando a los jóvenes europeos que, como siguiente motor del continente, están cayendo en un total euroescepticismo y en un rechazo hacia las Unión Europea.

¿Es la protección del medio ambiente un posible remedio?

La rápida globalización que se está produciendo a nivel mundial está haciendo que la preocupación de la población por la protección del medioambiente también se este incrementando. En los últimos años estamos siendo conscientes de que los combustibles fósiles y los residuos, si bien parecen beneficiosos para nuestra vida en sociedad, realmente están provocando graves estragos en los ecosistemas que nos rodean y los ciudadanos, especialmente los jóvenes, son cada vez más conscientes de ello y poco a poco se conciencian e intentan concienciar a quiénes les rodean y a las instituciones animandoles o, mejor dicho, pidiéndoles que participen en la lucha por la protección de nuestro planeta. Así, parece evidente que una buena opción para que las instituciones de la Unión Europea recuperen su prestigio es mejorar sus políticas medioambientales y promover un desarrollo más sostenible. Los inicios de la política medioambiental europea se remontan a 1972 cuando el Consejo de Europea expresó la necesidad de crear unas primeras directrices de protección medioambiental que complementarán a la acelerada expansión económica del continente. Posteriormente, ya en el seno de la Unión Europea, el Tratado de Ámsterdam de 1999 incluyó la primera obligación formal de sus miembros de proteger el medio ambiente y promover un desarrollo sostenible. En 2001, la UE proclamaba el primer plan de desarrollo sostenible que se actualizó en 2006 y que se centraba en el cambio climático y la política energética principalmente. Sin embargo, en 2020, la AEMA (Agencia Europea del Medio Ambiente) declaró que la pandemia de Covid-19 había sumido al continente europeo en una crisis sin precedentes y esto había provocado un incremento en el impacto medioambiental debido al consumo y la industria. Por ejemplo, durante la pandemia, el uso del transporte público fue mucho menor a favor del vehículo privado lo que supuso un aumento de la emisión de gases contaminantes a la atmósfera entre otras cosas. Este empeoramiento de la situación hizo que los ciudadanos de los estados miembros comenzasen a pedir cambios en las políticas tanto estatales como de la Unión que, ante la evidente falta de recursos y la pobre actitud de los países miembros, centrados en lidiar con la situación provocada por la pandemia a nivel interno, hizo lo que estuvo en su mano aunque fue insuficiente. Unido a este primer problema se encuentra la inseguridad energética que está sufriendo la Unión Europea en las últimas décadas. La UE es el mayor importador de energía a nivel mundial, por lo tanto, es un requerimiento básico, que las instituciones europeas sean capaces de mantener la seguridad energética en el continente, algo que todavía no han conseguido. Asimismo, el producto energético que la UE importa mayoritariamente es el petróleo y sus derivados, así como el gas natural o el carbón, combustibles fósiles que además de generar en la UE una gran dependencia, son los máximos contaminantes del medio ambiente. Sorprendentemente, Rusia es la mayor proveedora de recursos energéticos a la Unión, con más de un 50% de importaciones. Lo que con la reciente invasión del estado a Ucrania está causando una nueva crisis política y militar en Bruselas ya que, con el objetivo de frenar la expansión rusa, los miembros de la UE, contando con algunas oposiciones, como la de Alemania o Austria, decidieron imponer un veto a los suministros energéticos rusos lo que, tal y como se había previsto ante la falta de recursos, provocó un aumentó exponencial tanto del gas natural como de la gasolina o de la luz lo que también supuso un incremento de la hostilidad de los ciudadanos europeos hacía las instituciones de la Unión, que critican a la organización ante la evidente imposibilidad de la misma para garantizar su propia subsistencia y la necesidad de seguir utilizando combustibles fósiles cuando hay claras evidencias de la existencia de una gran variedad de recursos energéticos renovables y sostenibles ofrecidos por los estados miembros. Este hecho también apoya la hipótesis defendida que argumenta que si la Unión Europea emplease parte de sus esfuerzos y recursos en desarrollar una política medioambiental efectiva y sostenible volvería a recuperar la confianza pérdida, especialmente la de aquellos más jóvenes que son quiénes, en definitiva, serán los responsables de que el continente y la organización sobreviva y se mantenga a la cabeza del desarrollo y la estabilidad en la comunidad internacional.

Asimismo, las actuaciones más recientes de la Unión Europea dejan entrever que sus líderes son conscientes de esto. Por ejemplo, varios estados miembros animaron a la Comisión Europea a poner en funcionamiento el Pacto Verde que pretende dotar a la Unión Europea de las directrices a seguir en la recuperación económica después de la pandemia y con el que se pretende dotar a la comunidad política con una economía sostenible. Según la Comisión Europea, el pacto “establece cómo hacer de Europa el primer continente climáticamente neutro en 2050 impulsando la economía, mejorando la salud y la calidad de vida de los ciudadanos”. Lo que da entender que este pacto parece constituir una respuesta a la demanda de la ciudadanía europea de avances en la cuestión climática. El Pacto Verde también contempla cuestiones como la sostenibilidad energética o la seguridad energética. Además, como parte del Paquete de Energía y Clima adoptado en 2020, la UE pretende disminuir el consumo energético en un 20% y reducir las emisiones de gases de efecto invernadero a favor de promover el uso de energías renovables. Por último, hay que mencionar el Programa LIFE creado en 1992 mediante el que se pretende dar financiación a los proyectos de conservación del medio ambiente y de desarrollo de legislaciones y políticas que regulen la materia medioambiental. Además, el programa también apoya las investigaciones dirigidas a crear planes de protección de la naturaleza y que promuevan un desarrollo sostenible de la sociedad.

Reflexiones finales

De esta manera, tras realizar un breve análisis de la actuación europea recientemente acontecida es necesario mencionar que parece claro que la UE conoce esa pérdida de confianza que está sufriendo debido tanto a sus últimas decisiones como a la falta de decisión a la hora de regular algunas materias que les concierne. Asimismo, las respuestas y actos de la ciudadanía europea muestran su compromiso con la protección del medioambiente y su descontento con las políticas medioambientales de la Unión, contra las que se han producido numerosas protestas en los últimos años.

Por lo tanto, parece que si los líderes europeos pusieran más énfasis en mejorar sus medidas y promoviesen políticas que pudieran ser vinculantes o simples objetivos de desarrollo sostenible imitando a los enunciados por las Naciones Unidas el pasado 2016 además de mejorar la situación de los ecosistemas y de la población europea, podría experimentar un aumento de la confianza aportada por los ciudadanos a sus instituciones que tras contemplar si recuperación del compromiso con la ciudadanía volverían a recuperar el sentimiento de colaboración, protección e integración para los que la Unión Europea se constituyó desde un primer momento.

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