Receta para ciudadanía a la europea: los símbolos y la opinión pública

, de Aida Dos Santos

Receta para ciudadanía a la europea: los símbolos y la opinión pública

Como explica Rosales, la ciudadanía de la Unión se constituye como fundamento de una identidad colectiva común, superpuesta, y en alguna medida, integradora, al proveer de derechos y de protección jurídica adicional. Su alcance es interestatal, mejor dicho supraestatal, y así forma una ciudadanía supranacional.

La identidad colectiva no funda un proyecto político, sino que es éste el que funda una identidad común.

Hay que leer el discurso de Weber pronunciado en 1895 en la Universidad de Friburgo, pone de manifiesto que el componente del prestigio étnico presente en el nacionalismo va aparejado con la aspiración al poder político. El nacionalismo se define originariamente por su voluntad de autoconstitución política. En el caso de la Unión Europea, hay cuatro símbolos claros y reconocibles, que en buen modo, son los mismos símbolos que van formando cualquier identidad. Así, aparece la bandera, el himno, la moneda y en menor medida el día de Europa, que conmemora el nacimiento de la unión el nueve de mayo de 1950, cuando el comunicado redactado de Jean Monnet fue leído en una rueda de prensa por Robert Schuman. En el caso de la bandera, que pasa a estar presente en los edificios públicos, no se siente que suplante a la bandera de los estados, al igual que el himno. Pero la moneda trajo consigo multitud de cambios, por no decir que fue la mayor política de la Unión Europea. Dejó fuera de juego a la moneda de cada Estado, para muchos se despertó la nostalgia de la moneda de cada país, y más aún cuando se produjo la inflación, al efectuarse el redondeo de una forma espectacular, provocando una caída en la capacidad adquisitiva de los ciudadanos.

Tras alcanzar el desarrollo del borrador de cuáles serían las señas de identidad de la Unión Europea, se debe despertar en los ciudadanos el interés por acogerlas, ya que sin ellas no tiene sentido el proyecto y se queda vacío de contenido. Como ya hemos dicho con anterioridad, la pretensión por acercar Europa a sus ciudadanos ha sido constante, ya que eran conscientes de la necesidad de la legitimidad que estos aportan al proyecto, pero también hemos observado cómo ha ido apareciendo un carácter elitista en cuestión de acercamiento. El Tratado de Maastricht reforzaba las competencias legislativas del Parlamento, pero esto no sirve de nada si los ciudadanos no se acercan a votar el día de las elecciones. Se tiene visionado un sistema de decisores jerarquizadas desde instancias con capacidad ejecutiva, como el Consejo de Ministros y la Comisión, más que como un proceso que parte de la voluntad popular expresada y representada en el Parlamento. Sobre la opinión pública europea, debemos partir de una premisa básica para esta cuestión. Del mismo modo que la suma de las identidades de los estados miembros conforma la diversidad característica de la ciudadanía europea, la transformación no se da en el mismo sentido cuando hablamos de la opinión pública. El conjunto de los públicos no da como resultado el público europeo. Y el problema al que nos exponemos es que no existe por muy contingente que sea para la construcción política de Europa un público europeo.

Si nos planteamos detenidamente que significa una opinión pública, a que está sometida pronto aparece en nuestro imaginario el concepto “medios de comunicación” al que hay que añadirle de masas. Públicos de ciudadanos, espectadores y participantes, en el sentido que ya John Dewey entreviera para lo que llamaba la gran sociedad moderna, integrada, a su vez, por sociedad interconectada e interdependiente, y entendida como una comunidad de comunidades, que no es otra que la imagen de un sociedad de la información.

El profesional de los medios Gabilondo comenta en su último libro como se ha llegado a recibir en cualquier parte del mundos la misma gama de noticias, la mismas imágenes y que los informantes locales solo se limitan a darle un toque acorde con su línea editorial. Aunque no vamos a negar la capacidad censuradora de muchos estados. Existen actualmente cuatro grandes agencias de prensa, la española EFE, la canadiense-británica Thomson Reuters, la estadounidense Associated Press (AP), la francesa Agence France-Presse (AFP). Así que a lo mejor el problema descansa en que la opinión pública tiende a homogeneizarse globalmente a través de las agencias internacionales.

Así es como la opinión pública europea encuentra sus déficits en la diferenciación de otras opiniones públicas, porque existir, tengo claro que existe, pero no pule los matices que la hacen europea.

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