Tras la tragedia que ha afectado a varios europeos en la plaza Sultanahmet expresamos nuestra total solidaridad con el pueblo turco. No obstante, conviene recordar la realidad que viven a diario nuestros vecinos que se encuentran al este del estrecho del Bósforo ya que las decisiones y acciones de Ankara afectan a los derechos más fundamentales de sus ciudadanos y van en contra de los valores promulgados por los padres fundadores de la Unión.
Después del ataque terrorista, como ya es costumbre, las autoridades turcas ordenaron un “black out” mediático. Esta medida, posible tras la ley nº 6112, tiene como objetivo “favorecer la investigación” así como no ir en contra de la “ética”. Por desgracia, en realidad, esta medida permite al gobierno manipular la opinión pública a su antojo. Los medios de comunicación solo pueden comenzar a informar, y con muchas limitaciones, una vez que el gobierno turco ha hecho pública su versión de los hechos. En este sentido, es interesante analizar las palabras del que recientemente alabó las virtudes del régimen totalitario nazi.
Estando en la octava conferencia de embajadores, Recep Tayyip Erdogan tomó la palabra para condenar todas las formas de terrorismo así como todas las organizaciones terroristas. Aprovechó la ocasión para recordar que, o se está con el gobierno turco, o con los terroristas. Estas palabras hacían referencia a un llamamiento a la paz lanzado por más de un millar de intelectuales turcos e internacionales, entre ellos Noam Chomsky, Judith Butler, Etienne Balivar y David Harvey. Este llamamiento denuncia las violencias ejercidas por el gobierno turco en el este del país, especialmente contra la minoría kurda.
En esta región del país muchas ciudades pro-kurdas se encuentran sitiadas y los civiles son masacrados. Las líneas eléctricas han sido cortadas, las escuelas y otros edificios, destruidos. Los cadáveres que se amontonan en las calles se pudren. Los militantes y activistas que se atreven a denunciar estos hechos son, en el mejor de los casos, intimidados.
Entre el momento en el que Erdogan condenó “todas las formas de terrorismo” y el momento de escribir este artículo, la expulsión de ciertos universitarios turcos ha sido planteada, al igual que las demandas por vía judicial. Por otro lado, Sedar Peker, un nacionalista turco que no esconde sus vínculos con las autoridades – pero ante todo un criminal que ha sido condenado a penas irrisorias por estar a la cabeza de una organización criminal pero nunca por homicidio – ha anunciado que “[él y los suyos] van a bañarse en la sangre [de los universitarios que firmen el manifiesto] que caerá a raudales”.
Hoy, mientras todos estamos conmocionados por lo ocurrido en Estambul hay que denunciar con fuerza estas atrocidades, todas las atrocidades. Los dirigentes europeos deben reaccionar firmemente contra los terroristas, expresar su solidaridad con el pueblo turco y con las familias de las víctimas, así como coordinar sus esfuerzos contra este mal del siglo XXI. Pero también tenemos que exigirles que se muestren firmes cuando sus aliados cometen actos totalmente indignos de una democracia, de un Estado de Derecho y que van en contra de los principios defendidos por la Unión Europea, prerrequisito básico para los candidatos a la adhesión.
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